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CRÓNICAS DE YAUHQUEMEHCAN La respuesta a Sor Filotea de la Cruz

  • Foto del escritor: La Voz de Mi Región..
    La Voz de Mi Región..
  • 21 jun
  • 7 Min. de lectura

David Chamorro Zarco

Cronista Municipal

En lo personal, siempre he pensado que Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana —Sor Juana Inés de la Cruz, natural de Nepantla, en el actual Estado de México, muy cerca del Iztaccíhuatl—, ha sido la mujer más extraordinaria que ha tenido nuestro país. Poseyó una inteligencia preclara, una sensibilidad exquisita, una capacidad de análisis extraordinaria y una avidez avasallante para la lectura, además de una disposición natural para ser autodidacta.


​Esta mujer —nacida frente a la montaña del manto inmaculado— nació en 1648 y falleció en 1695, o sea, apenas tuvo ocasión de vivir 47 años y, no obstante, su brevedad en el mundo, dejó a su paso una estela de grandeza, una cascada de poesía, un diluvio de razones y un manto de admiración para tapar la boca a los envidiosos que, opacados por su superioridad, aseguraban que las mujeres no tenían ni la inteligencia ni el derecho a asomarse en cosas de ciencia y de razón.


​Uno de esos hombres ácidos y amargados fue el Obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz que, oculto en el anonimato de un pseudónimo —Sor Filotea de la Cruz— escribió una mordaz crítica a la monja jerónima, acusándola de desobedecer los deberes consignados por la iglesia y por Dios a las mujeres, dedicándose al estudio y exacerbando su soberbia y altanería. Gracias a este tipo envidioso y malintencionado, poseemos un documento precioso que fue la respuesta que escribió Sor Juana para dar contestación puntual a las acusaciones y reyertas y en un bellísimo documento que se conoce en la literatura mexicana como «La respuesta a Sor Filotea de la Cruz», nuestra bienamada Sor Juana nos obsequia un retrato de cuerpo entero de su obra y de su tiempo.


​Sor Juana dice en su respuesta que le parece que la inteligencia de las mujeres debe cultivarse para aumentar su criterio y para mejor servir a las cosas de Dios y que en eso no se va en absoluto en contra de los mandatos de la religión. Luego recuerda que, de niña, sintió el gran llamado para acercarse a las letras, de manera que, con ayuda de una de sus hermanas mayores, aprendió a leer y escribir cuando apenas tenía tres años de edad. La región de Chalco en donde transcurrió su infancia estaba habitada mayoritariamente de personas que hablaban la lengua náhuatl, por lo que la niña aprendió con facilidad tal idioma, y no sólo en los alcances básicos o vulgares, sino que, con el paso del tiempo y el estudio, se adentró en esta lengua mesoamericana, llegando a dominar el náhuatl culto, incluso incorporándolo a figuras poéticas hechas originalmente para el idioma español.


​Esta misma niña precoz cuenta en el documento que refiero, que unas veinte lecciones de latín le fueron suficientes para conocer los fundamentos de la lengua clásica europea, y a partir de ahí, todo fue perfeccionar su dominio. Acota que todo esto lo hacía a escondidas de su madre, para no se enfadara con ella. En el mismo documento, Sor Juana nos obsequia un apunte bellísimo en torno de que su abuelo, en su hacienda, poseía una cierta biblioteca y que le permitía tener acceso a los libros. Este fue, a mi parecer, el detonador definitivo para el estallido de su inteligencia. Las largas horas de lectura y estudio, hicieron que la pequeña fuera aumentando su capacidad intelectual, su memoria, su comprensión y a cada nuevo día su mente se abría a otras dimensiones.


​Es cierto que nuestra amada mujer de letras confiesa en su Respuesta a Sor Filotea que tuvo, llegado el momento, la intención de ingresar vestida de muchacho a estudiar en la Real y Pontificia Universidad de México —incluso algunas personas tienen la idea de que si concretó el proyecto—, pero ella misma reconoce en el documento de comento que todo quedó en una simple idea, debidamente atajada por su madre.


​Más este inconveniente hizo que nuestra Sor Juana Inés de la Cruz se apegara aún más a la lectura y al estudio sin que, en sus propias palabras, bastaran regaños, castigos ni reconvenciones para separarla de los libros de su abuelo que, literalmente, devoraba a cada día. Cuando aún no llegaba a los diez años de edad, la niña ya escribía poesía en diferentes formas y con tal dominio de la elegancia y la vastedad del lenguaje que fue capaz de ganar algunos certámenes convocados para el caso. Cuando finalmente puso llegar a la Ciudad de México, capital de la Nueva España, todo mundo quedó admirado de que una pequeña de tan escasa edad tuviera conocimientos tan vastos, una memoria prodigiosa y una lengua seráfica para poder expresarse.


​La monja jerónima afirma en su respuesta que tenía la costumbre de imponerse metas de estudio y comprensión, de suerte que se cortaba el cabello hasta determinada altura, tomando el deber de que cuando volviera a crecer, ella ya debía dominar el saber que se había propuesto. En alguno de sus poemas ella misma ratifica su vocación y su método diciendo que de nada sirve la cabeza de cabellos largos e ideas cortas. ¡Cuánto caso debiéramos hacer nosotros a esta enseñanza de Sor Juana, cuando antes que poner belleza en nuestra inteligencia, ponemos nuestra mente y nuestro ingenio en lo vano y lo superfluo!


​Sabemos también que como a los dieciséis años de edad, quizá con la buena intención de admirar a una flor que había crecido así en belleza como en inteligencia, o con la mala intención de destruir su joven mente y demostrar arteramente que las mujeres no tenían ni criterio ni grandeza para el cultivo del arte y las ciencias, se sometió a la adolescente Juana Inés a una prueba pública en donde fue examinada por una veintena de doctores en diversas disciplinas. El resultado fue que la mujercita dejó admirados a todos por su inteligencia, su memoria, su discreción y elegancia en la expresión y por la agudeza de sus razonamientos.


​Ante la envidia de muchos, la joven Juana Inés pasó a ser parte de la corte de los Virreyes de la Nueva España, recibiendo su favor y protección. En tertulias y reuniones se escuchaban a menudo las composiciones que escribía la que ha sido llamada La Décima Musa, dando lustre y renombre a todo el mundo novohispano. Cabe decir que Sor Juana, desde el punto de vista de la historia de la literatura, está considerada dentro del Siglo de Oro Español, es decir, se les comprende a la par que Francisco de Quevedo y Villegas, Miguel de Cervantes Saavedra, Félix Lope de Vega y Juan Ruiz de Alarcón, por mencionar a los más destacados.


​Los atraques en contra de esta mujer nunca cesaron. Ciertos personajes definitivamente no podían admitir que hubiera una mujer con una inteligencia probada superior a la suya. Se le acorraló para casarse o para tomar los hábitos —únicos dos caminos que tenía la vida de cualquier mujer de la época—, de manera que la poetisa tuvo que recluirse y abandonar la corte, pero encontró un terreno propicio para continuar con sus estudios y con su obra. A pesar de ello, en varias ocasiones se le impuso el castigo de que dejara de estudiar, de leer y de escribir y se dedicara a las labores propias de una monja común y, no obstante la restricción, Sor Juana seguía aprendiendo, pues, como ella misma lo dice en su Respuesta a Sor Filotea, aún en la cocina o en el patio de juego mirando a los niños, seguía aprendiendo ciencia, como cuestiones de química al momento de mirar la transformación de los alimentos y hasta elementos de física y geometría al ver la trayectoria que dibujaba en la tierra suelta el baile del trompo que a los niños divertía. Dice que mucho más habría sabido, aprendido y escrito el propio Aristóteles si se hubiera metido como ella a la cocina de su casa.


​Hay una cuestión muy importante en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, que es la justificación del por qué interesarse en el estudio de diversas ciencias y disciplinas. Sor Juana dice que, si la teología es la ciencia superior, pero refiriéndose las cosas y la comprensión divina a muchas y diversas cuestiones, es necesario poder estudiar y comprenderlo todo para verdaderamente poder aspirar al entendimiento de lo superior. Don Alfonso Reyes —otro de los escritores de renombre universal que ha dado México, acaso el premio Nobel de Literatura que nunca tuvimos— habla de esta cuestión como la teoría de los vasos comunicantes y, verdaderamente, en el mundo del conocimiento, una cosa te lleva a la otra y luego a la de más allá, de suerte y manera que el hombre y la mujer que verdaderamente está interesado en su crecimiento intelectual y en la compresión global de las cosas, no puede quedarse sólo con la fracción de conocimiento que le señala por límite su profesión u oficio.


​Nuestra Sor Juana reitera en su respuesta que no ha sido la vanidad, le egolatría o la soberbia lo que la llevó al mundo de las letras y el estudio, sino la humildad de saberse ignorante de muchas cosas. Cuando uno contempla esta figura tan, pero tan grande, no puede sino inclinarse con recato para reconocer lo pequeño de nuestro entendimiento frente a esta inteligencia francamente superior. Se podría y se han dicho muchas otras cosas y maravillas en torno a Sor Juana Inés de la Cruz, pero la intención de estas palabras, tan desaliñadas e imprecisas, es sólo invitar a las personas que me distinguen con el favor de su atención y su lectura para que se acerquen a las letras de esta mujer sin parangón. La benemérita editorial Porrúa tiene publicado un volumen condensado con sus obras selectas y es una buena oportunidad para tener una visión panorámica de la producción de esta mujer letras, de ciencia y de poesía.


​Finalizo ya con estos versos escritos por mi indigna pluma hace algunos años: Tres siglos ya de distancia / Veinticinco años de cuenta, / A tu obra que patenta / Barroco de gran fragancia, / Fruto de tu gran andancia; / Gracias Juana por ser pluma / De culto refinamiento, / Por ser mujer visionaria, / Voz en desierto, solitaria, / Palabra de Dios, instrumento.


¡Caminemos Juntos!


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