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Murió Francisco, el primer pontífice latinoamericano

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    La Voz de Mi Región..
  • hace 3 días
  • 6 Min. de lectura



David Chamorro Zarco

Cronista Municipal


La comunidad católica de todo el mundo lamenta el día de hoy el sensible fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio, argentino de nacionalidad y jesuita de formación, quien desde hace poco más de doce años fue investido con la tiara y el anillo del pescador y, luego de la renuncia de Benedicto XVI, se convirtió en el primer Papa surgido de una nación de América Latina, llevado al trono de San Pedro, prácticamente desde los confines del mundo, como él mismo decía, en alusión a la lejanía de su patria.

​Arrancamos este siglo bajo el pontificado de Juan Pablo II, tan querido en México y hoy elevado a la dignidad de los altares; a su muerte, fue electo Benedicto XVI, un hombre de origen alemán que se enfrentó a diversos problemas estructurales de la iglesia, pero que se encontró con muchas resistencias para con sus pretensiones, por lo que decidió renunciar para no generar mayores conflictos e intrigas.

​En la primavera de 2012 Jorge Mario Bergoglio, un jesuita argentino que de hecho pensaba ya en tomar su retiro, fue electo por el Concilio como el nuevo líder de una de las iglesias más numerosas y diseminadas por todo el mundo, asumiendo el nombre de Papa Francisco, con una gran carga simbólica. Fue un hombre que, lejos de los lujos consustanciales a la dignidad de ocupar el primer lugar en todo el Vaticano, rehuyó de las tentaciones materiales. Un ejemplo de ello, muy conocido en su momento en 2012, fue que no quiso utilizar los zapatos rojos y muy lujosos que de común usan los Pontífices, y él continuó utilizando los zapatos sencillos que había traído desde Buenos Aires.

​Naturalmente, lo primero que destacó con el inicio del Pontificado de Francisco fue que finalmente la curia católica le hacía justicia a América Latina, que es el continente donde se concentra la gran mayoría de los practicantes del catolicismo. Se asume que dentro de las estructuras de dirigencia eclesiástica hay mucha tradición y resistencia —conservadurismo para algunos—, pero hay que reconocer que la fuerza de la iglesia católica se encuentra mayoritariamente en las naciones que se encuentran al occidente del Atlántico, y no en Europa. Casi la mitad de los católicos de todo el mundo viven en alguna de nuestras naciones. Por eso, la llegada de Francisco representó un grito de afirmación de los pueblos de América Latina que durante casi cinco siglos han abrazado y defendido su fe.

​El Papa Francisco entró al ejercicio de su pontificado con un diagnóstico muy claro: la iglesia debía hacer un gran esfuerzo por caminar al lado de la sociedad moderna, pues de otro modo, la sociedad seguiría caminando sola. El nuevo responsable de la iglesia católica sabía que en la propia América Latina los números eran muy preocupantes: en apenas cuarenta años, el porcentaje general de personas que declaraban ser practicantes del catolicismo, había disminuido un veinte por ciento. A ese ritmo, a la mitad del siglo XXI, sólo habrá un cincuenta por ciento o menos de personas que sean militantes de esta iglesia.

​El Papa Francisco, desde su trabajo como líder jesuita en Buenos Aires, se dio perfectamente cuenta de las dificultades que tiene la iglesia católica para insertarse en la dinámica vertiginosa del mundo moderno. En sí misma, la religión toda parece no encajar en el tremendo tren de vida que ha impuesto este siglo XXI. Francisco comprendió que la iglesia católica debía meterse de lleno a liderar causas sociales, a ser gestionaría, a convertirse en un acompañante de las personas, de los sectores y de los pueblos y ya no sólo reducir su actividad a la mera contemplación como sucedió en otro tiempo, por lo que había que alentar que las y los religiosos se convirtieran literalmente en líderes sociales.

​Haber sido el primer pontífice latinoamericano, fue ya un gran logro para Jorge Mario Bergoglio, en tanto persona religiosa interesada en el fortalecimiento de la iglesia católica, pero no fue suficiente ni automático a la solución de los muchos problemas que se tienen en lo estructural y en lo coyuntural dentro de esta doctrina religiosa. Creo que su formación como jesuita le dio una visión mucho más panorámica de la problemática. Si la Compañía de Jesús, durante muchos años ha estado ligada a cuestiones de desarrollo intelectual y de impulso educativo, eso le hace especialmente sensible cuando se habla de juventudes.

​El Papa Francisco no rehuyó la discusión de asuntos tan delicados, pero tan presentes en nuestro mundo moderno como la inclusión, partiendo del hecho de la que la iglesia católica no debía cerrarse para sectores de la población que tradicionalmente habían recibido rechazo. Las personas divorciadas, quienes están al frente de familias fuera de la estructura tradicional e incluso quienes han decidido, en el ámbito de su libertad, el ejercicio de un género diferente, tendrían que contar igualmente con el acompañamiento de una iglesia preocupada por predicar la doctrina, desde luego, pero también por liderar procesos sociales que han causado a lo largo del tiempo múltiples desigualdades y sufrimiento. Francisco intentó, lo más que pudo, esta visión dentro de la catolicidad, aunque hay que reconocer que se encontró de frente con oposiciones muy férreas, con personas que no parecen estar dispuestas a ceder un ápice de lo dogmático y que preferirían ver templos vacíos, antes que dar la espalda a lo que llaman veinte siglos de tradición.

​Del mismo modo, el Papa Francisco impulsó el trabajo dinámico de la iglesia en temas como la defensa y promoción de los derechos humanos, muy especialmente en lo que hace a la movilidad, es decir, a los migrantes que por diversas circunstancias se ven en la necesidad de abandonar su patria y moverse a otro país. Asimismo, manifestó su preocupación y su acción en cuestiones como la violencia generada por las crecientes olas de criminalidad en el mundo y, algo de gran importancia, su compromiso con la promoción del respeto a los derechos del medio ambiente, esto es, a evitar la depredación de los recursos naturales, en especial cuando se causa la devastación de los ecosistemas y, por extensión, de las comunidades humanas.

​Es necesario resaltar otras cosas, por ejemplo, su labor en favor de la inclusión de las mujeres dentro de las estructuras de la iglesia católica, lo cual, además de atinado es de lo más justo, pues basta ver en cualquier comunidad que son ellas quienes están mucho más involucradas en las labores religiosas y de promoción social. Desde luego también destaca el esfuerzo del Papa Francisco por hacer que la estructura de la iglesia católica se haga mucho más cercana a la gente, en respuesta a su vocación misionera y alejarse del poder burocrático que tanto daño ha hecho a la esencia de la catolicidad.

​Jorge Mario Bergoglio, en su papel del Papa Francisco, procuró estar cerca de los desposeídos, de los vulnerables, de los agraviados, de los maltrechos, de los enfermos, de los desplazados, de los vilipendiados, de los desesperanzados, de los que sufren todo tipo de dolor y desconsuelo. Es cierto que no logró todos sus cometidos; no se puede decir que su pontificado haya sido de absoluto éxito; no se puede negar que se enfrentó, al lado de muy pocos progresistas, a las resistencias de muchas y muchos que preferirían la muerte antes que aceptar una reforma profunda de la iglesia católica para hacerla más acorde con nuestros tiempos.

​No obstante, hoy el mundo entero rinde homenaje y reconocimiento al Papa Francisco como un hombre de gran visión y empuje, de gran energía y con objetivos claros, pendiente, como San Francisco de Asís, de procurar la titánica misión de la reconstrucción de la iglesia desde sus cimientos.

​Ojalá que el Cónclave que iniciará en breve tenga la sensibilidad de entender la realidad de nuestros tiempos y haga que la iglesia no renuncie a la oportunidad de caminar al lado de la sociedad; ojalá que incluso el nuevo Papa provenga de otra región del mundo, no necesariamente de Europa, para que imprima a su pontificado una visión de lo que se vive todos los días en las comunidades y, ante todo, ojalá que los pasos de pobreza, sencillez y cercanía que marcó el Papa Francisco, tengan un seguidor en el siguiente responsable de los destinos del catolicismo para que, sin perder la esencial de la fe, el amor y la caridad, la iglesia comprenda que hoy más que nunca la humanidad reclama un acompañamiento sincero, efectivo y sin pretextos.


¡Caminemos Juntos!


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